El garete de 2018

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Por Juan Danell Sánchez ⁄ FOTO: Ixbalanqué DANELL PÉREZ

Son de esas cuestiones que no se pueden dejar pasar; sería muy ligero voltear la página y omitir, así, simplemente omitir por obviedad de los procesos sucesorios de poderes federales, por más predecibles que pudieran resultar. El ritual del “tapado” resultó más que ocioso y cursilón. Una tomadura de pelo se queda corta.

Pero para una sociedad sumisa y apática, inclusive para sus opinadores, analistas y pontificadores profesionales, el hecho fue una liturgia novedosa, inédita, por tratarse de un “destape” sui géneris al ser elegido un no militante, “destapado” por un no presidente; inaudito, puesto que no correspondió al mandato, o como dictan, los sagrados cánones del sistema presidencialista del siglo pasado, del viejo Partido Revolucionario Institucional (PRI) que, como las plagas, nunca muere, se fortifica y endurece su poder con cada fracaso de quienes lo quieren desaparecer.

Este escenario, en que el partido en el poder desplegará las estrategias supremas de la política en su máxima expresión; sutiles en el ánimo de la sociedad, quirúrgicas en el sometimiento de la población pensante y burdas en la protesta abierta: es el que experimentará y vivirá México durante 2018.

El objetivo y la finalidad son claros: concretar el proyecto reformista de la OCDE, FMI y Banco Mundial, dígase del neocolonialismo, que inicia con el presidente Miguel de la Madrid Hurtado, y es trazado a detalle por su sucesor Carlos Salinas de Gortari. Las riquezas naturales y humanas de México deben ser exprimidas hasta agotarlas, es el fin, porque resulta que son tan grandes que representan una verdadera reserva de riqueza para las grandes multinacionales de Estados Unidos, fundamentalmente. También las hay canadienses, holandesas, españolas, inglesas, alemanas, chinas, japonesas… Vaya de los países industrializados, aunque a China todavía no se incluya en ese segmento, pero es lo de menos, es uno de los países más depredadores del planeta.

En aquel año 1981 en que Miguel de la Madrid, como candidato presidencial por el PRI, peleaba la máxima silla del poder mexicano, en su complexa oratoria soltó la tesis de repartir el pastel y dejó que la imaginación de buenos, malos y regulares priistas delinearan la partida del manjar, léase riqueza del país.

Un hombrecillo, por su estatura y complexión, no así por su inteligencia y pensamiento; que ocupaba el cargo de director general del Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales del PRI, el templo ideológico del partido para formar sus cuadros de liderazgo, enajenación y sometimiento de sus bases militantes y del país; delineó en muy pocas palabras, el 16 de noviembre de 1981, el futuro, que hoy se vive, de un México vulnerable al saqueo, como se documenta en la historia.

Aquí la tesis:

“Se trata, ahora, de crecer y distribuir al mismo tiempo. Se desecha así la tesis que sostenía que primero había que hacer crecer el pastel y después distribuirlo, y en el camino los participantes veían que el pastel no dejaba de crecer, pero nunca parecía ser lo suficientemente grande para empezar a distribuirlo equitativamente.

“Hoy no esperaremos la llegada de la prosperidad para iniciar la ruta de la justicia. La decisión es: producción y justicia”.

Y lo dijo frente al candidato, el Dios en terrenos del poder presidencial. La línea estaba trazada. El discurso, también. Es lo que México vive desde entonces. Un proyecto de largo plazo, diseñado por los organismos financieros internacionales.

Hoy esto tiene un nombre y apellido para darle continuidad: José Antonio Meade Kuribreña, por ser una figura pública, una idea, un símbolo, una botarga, el entremés de una comida fuerte, comodín de la baraja, el “alambrito mexicano” que saca de apuros, capaz de cumplir los mandatos del proyecto a pie juntillas y salir ileso; maestro en moverse en las sombras y brillos del poder.

Desvinculado de toda ideología partidista, lo mismo a la derecha que más allá o a ningún lado; la repartición del pastel ya está determinada y diseñada, el perfil de Kuribreña encaja a la perfección para cortarlo y repartirlo.

Como hombre del círculo del poder en dos gobiernos opuestos cumplió con precisión matemática los mandatos, cuyos resultados significan el estancamiento del país. Ejemplo de esto es el ingreso laboral per cápita del tercer semestre de 2017 que mostró una disminución real de 2.1% respecto al de 2016. Y el responsable de la economía de este país en ese periodo es precisamente el señor Kuribreña. Los datos son del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL).

Esto significa un crecimiento de la pobreza de al menos 1.5 puntos porcentuales, que en números de personas es de más de 750 mil mexicanos que hoy engrosan las filas de la miseria. Y hay que sumar hechos como el llamado “gasolinazo” que retira subsidios a la gasolina, pero no mejora la economía de las clases marginadas, porque esos recursos no se destinan a programas que mejoren las condiciones de vida de los que menos tienen. En cambio, fortalece a las grandes empresas como Gulf México, Hidrosina, Oxxo Gas, Petro 7, La gas y Texaco, que instalan día a día sus estaciones de despacho del carburante en nuestro país.

Es decir, el pastel se rebana sólo para un lado, como lo adelantara Salinas de Gortari en 1981.

Y en esto hay que recordar el discurso de Donald Trump, que dio como candidato a la presidencia de Estados Unidos, el 31 de agosto de 2016, durante su visita a México, con lo que trazó el destino de la relación bilateral:

“Conservar la riqueza manufacturera en nuestro hemisferio. Cuando los empleos salen de México, los Estados Unidos o Centro América y se van a otros países, incrementa la pobreza y la presión en los servicios sociales, así como la presión en la migración transfronteriza; una presión tremenda.

“El vínculo entre nuestros dos países es profundo y sincero, y nuestros países se benefician de una relación cercana, estrecha y honesta entre nuestros Gobiernos.

“Se trata de un México fuerte, próspero y vibrante; éste está en el mejor interés de Estados Unidos y conservará y ayudará a conservar durante mucho, mucho tiempo, a América unida.

“Nuestros países trabajarán conjuntamente para el bien mutuo y, más importante, para el bien mutuo de nuestros pueblos”.

Y para cumplir con esos postulados del imperio, en México se tendrá que hacer circo, maroma y teatro, así se tenga que promulgar a hurtadillas una Ley que acompañe, proteja y garantice su cumplimiento durante el próximo Gobierno, que ya tiene en la bolsa Meade Kuribreña, por el cumplimiento y empatía con los mandatos del presidente de Estados Unidos.

Esa Ley es la de Seguridad Interior que le da todo el poder y control, consolidando un Estado policiaco-militar, al presidente para disponer de la fuerza bélica del Ejército, la Marina y las policías, para garantizar la estabilidad y paz en los procesos de explotación de los recursos naturales del país, diseñados en la Reforma Energética.

En el párrafo VI del Capítulo 6 de esta Ley se precisa que ésta puede aplicarse cuando se presenten “actos tendientes a destruir o inhabilitar la infraestructura de carácter estratégico o indispensable para la provisión de bienes o servicios públicos en una entidad federativa, en un municipio, en una demarcación territorial de la Ciudad de México o en una región del territorio nacional”.

Y resulta que lo estratégico en este momento para México es la explotación de sus recursos naturales del sector energético y minero, a lo que se oponen los principales afectados por ello, que son las comunidades indígenas, puesto que esos yacimientos se localizan en sus territorios y la forma en que protestan o se oponen, es precisamente con el cierre de caminos y vías de comunicación, es decir, inhabilitando esa infraestructura de manera temporal.

Claro que la Ley postula que está diseñada para combatir el narcotráfico y el crimen organizado, con la finalidad de garantizar la paz social y seguridad de la sociedad, con el pleno respeto y garantía de los derechos humanos, pero en un Estado policiaco-militar eso es una perogrullada.

En este terreno, si lo que persiguen los estrategas de la sucesión presidencial es credibilidad, tal vez debieran retomar lo que en octubre de 2000 comentara el general de brigada, diplomado de Estado Mayor, Carlos Demetrio Gaytán Ochoa, que en ese año ocupaba el cargo de jefe de la Sección de Operaciones Contra el Narcotráfico, de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena):

“Tanto en el combate al narcotráfico como en la seguridad pública hay dos componentes que son fundamentales: las causas y los efectos. Nosotros por nuestra organización y adiestramiento y equipamiento, estamos listos para combatir los efectos de esos fenómenos. Sin embargo, si pretendemos avanzar en ambos casos, tendríamos que ver un concepto de integralidad, es decir, hay que ir a la causa… salud, educación y apoyos fundamentales y básicos para que la gente resuelva sus inconformidades y viva tranquilamente en el Estado de derecho que todos queremos”.

Resulta que esto es todo lo contrario de lo que ha visto y ve el postulado presidencial del tricolor, para el futuro de México. Un ente político sin partido carece de ideología y, con ello, de compromiso y visión estadista para dirigir los destinos de un pueblo, de un país. Ahí está México, en esos anales, para 2018.

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