Poder perdido

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Por Juan Danell Sánchez ⁄ FOTO: Ixbalanqué DANELL PÉREZ

Honor a los caídos en esta tarea de informar, de alzar la voz para defender la libertad de expresión y el derecho a la información, de acompañar la lucha del pueblo por la reivindicación de clase y la justicia social y económica. Quienes decidimos ser parte de esta noble profesión, llámense periodistas o asúmanse reporteros, por ninguna razón podemos aceptar la victimización del ejercicio de algo que debe ser patrimonio de la humanidad: el derecho a pensar y expresarse libremente, estamos conscientes del riesgo que ello conlleva.

Ante las agresiones, la respuesta debe ser un trabajo periodístico mucho más profesional y de fondo, irrefutable, incuestionable, ético, honesto, que no deje lugar a dudas, ni cabos sueltos, vinculado estrechamente a los principios fundamentales de la objetividad, para resarcir la confianza y credibilidad de la sociedad en el trabajo diario de la prensa, de los reporteros y periodistas.

Los asesinatos de reporteros y periodistas tienen un solo responsable, que va más allá de los ejecutores materiales, que no son otra cosa que seres ignorantes adiestrados para eso; para asesinar sin razón propia, pagados por el odio ajeno, y que en resumidas cuentas son instrumentos de un Estado fallido en cuanto garantizar el libre ejercicio de informar y pensar.

De ninguna manera debemos llamarnos a engaño como gremio y como sociedad, cuando los crímenes en contra de reporteros quedan impunes: al Estado no sólo no le interesa aclararlos, es el artífice de esos actos desde el momento en que hace caso omiso, en la práctica, de las investigaciones para hacer justicia. Es absurdo pensar que con la tecnología en criminalística y la especialización de los investigadores judiciales, que tienen verdaderos ejércitos de informantes en los corrillos del crimen organizado, 99 por ciento de los asesinatos contra reporteros no se hayan resuelto.

El Estado no ve lo que no quiere ver y el gremio se da golpes de pecho y proclama los pésames coyunturales en cada asesinato, pero sólo una parte del gremio, porque los dueños de medios masivos de información se enclaustran en el mutismo así determinado por la estructura de Gobierno: si apelan justicia, se les cancelan los contratos de publicidad: son empresas, negocios, no medios de información y libre expresión.

Históricamente el gremio de reporteros y periodistas hemos labrado un destino cruel, desperdiciamos la capacidad de ser humildes y vincularnos directamente con la sociedad, con las masas: hicimos a un lado el principio que le da sentido al quehacer de informar; acotar el poder del Estado y la clase dominante, para fortalecer la democracia y la justicia.

Nos apropiamos del poder de la información como algo de cuño propio, individual, y nos alejamos de su verdadero sentido; la conciencia colectiva. Hoy como gremio seguimos dispersos, somos incapaces de conformar un frente común, de organizarnos bajo el principio de la libertad de prensa, de la ética y la honestidad con nuestro espíritu y nuestro pensamiento. Los intereses individuales son mucho más fuertes que la convicción de ejercer tan noble disciplina, la de informar de manera ética y comprometida con el sano y justo desarrollo de la sociedad.

Y esto no es ajeno a los objetivos del Estado en materia de comunicación social, herramienta que ha sabido diseñar mediante políticas públicas sutiles y efectivas, para controlar y manipular a las empresas y las conciencias de muchos, la mayoría, de los reporteros y periodistas, dedicados a este oficio, así como para mediatizar y pulverizar al gremio, cuyos integrantes, afortunadamente no todos, sólo ven por sus intereses, y hasta que los ve afectos demanda la solidaridad de los demás.

De esta forma el Gobierno puede actuar con toda impunidad, aun cuando protagonice crímenes de Estado, como el de Colosio o las masacres de Tlatelolco, Aguas Blancas y Acteal, o sean asesinados en las puertas de sus domicilios periodistas en Chihuahua, Veracruz y todo el país.

Y hoy en día el gremio se siente solo, como reporteros y periodistas indignados, los que alzamos la voz, al manifestarnos, protestar y exigir justicia por el asesinato de compañeros en pleno ejercicio de informar. Arremetemos contra la sociedad civil por no nutrir las manifestaciones callejeras de periodistas en lucha. No nos explicamos por qué sí como reporteros hemos cubierto miles de marchas y hemos arriesgado la vida para dar la noticia de masacres e injusticias en contra del pueblo, hoy ese pueblo nos deja solos.

Pero  no queremos ver que el gremio está fragmentado, que los dueños de los medios en obediencia total a las políticas de comunicación del Estado, se han encargado de desvirtuar ese trabajo de los reporteros comprometidos con la sociedad, y como gremio no hemos sido capaces de enfrentar esa embestida.

Nos hemos alejado de la sociedad, del pueblo, de las masas, de la democracia, del derecho a la información y la libre expresión del pensamiento y de prensa. Esa conciencia del gremio está proscrita. El sentimiento de la sociedad hoy, y desde hace muchos, muchos años, es de desconfianza, incredulidad y desencanto hacia la prensa en todas sus presentaciones. No le podemos pedir, mucho menos exigir, solidaridad, cuando no hemos sido capaces de, mediante la práctica del libre ejercicio de informar de manera ética y comprometida, hacer respetar sus derechos y los propios del gremio.

A fin de cuentas, ese proceso en el que el Estado ha propiciado la fragmentación del gremio para mediatizarlo y manipularlo, y con ello detener el avance de las fuerzas progresistas de la sociedad; ha fructificado plenamente.

Vivimos en carne propia la cruda experiencia de desperdiciar, desconocer por soberbia el poder del poder. Dejamos que los dueños de los medios se apropiaran plenamente de nuestro compromiso, de nuestro trabajo, de nuestra conciencia, y los pusiera en charola de plata al servicio del Estado y la clase en el poder.

No podemos esperar la solidaridad del pueblo, de la sociedad, cuando no hemos sabido enarbolar su bandera. Dejamos perder el poder de la información y con ello nuestro poder como prensa al servicio de la sociedad, del pueblo, de la democracia y del cambio a un orden económico, político y social que garantice la justa reproducción de la humanidad y preservación del planeta. Así las cosas.

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