Vientos de violencia electoral en Chiapas

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Por Juan Danell Sánchez ⁄ FOTO: Ixbalanqué DANELL PÉREZ

Empezaban a caminar los días que le darían forma al año 1981, y con ello daban paso a la cuenta regresiva de la administración del último presidente de la Revolución, José López Portillo, que en su elección (1976) no tuvo opositor alguno y fue candidato de coalición por los partidos Popular Socialista, Auténtico de la Revolución Mexicana y el Revolucionario Institucional, de hecho se fue por la libre en comicios “limpios” porque no podrían ser de otra forma sin rivales políticos, ni oposiciones partidistas; a Valentín Campa postulado por el Partido Comunista Mexicano le anularon los 921 mil votos por no contar con registro oficial.

En la sucesión presidencial 1982-1988, Miguel de la Madrid abriría las puestas de la nación para el llamado neoliberalismo, a mejor decir neocolonialismo que vivimos hasta la fecha, y va para largo.

En esas cuentas de un año que inicia y un sexenio que agoniza, José Dolores López, uno de los dirigentes campesinos de la CIOAC de Ramón Danzós Palominos, advertía con su pausada forma de hablar, que “Chiapas era un polvorín y en cualquier momento se puede incendiar, pero de esto el Estado y el Gobierno no quieren que se sepa”. Fue uno de los primeros encuentros del reportero con el dirigente, y en el pensamiento tal afirmación se quedó como espina en el nopal. Habría que demostrarlo.

Un “polvorín”, Chiapas; el estado sureño más alejado de la capital del país y del que las noticias sólo referían su riqueza hídrica, el buen y abundante café que producía y el lugar destacado que ocupaba en las cosechas nacionales de maíz blanco. Pero también por la nutrida existencia de indios diseminados en bosques y selvas, tanto como Oaxaca, que es el número uno en esa lista.

Y esa advertencia era del dominio de los líderes de las organizaciones campesinas, y de los gobernantes, no así de los medios de comunicación que se entrevistaban con ellos, para buscar la nota que los llevara a las primeras planas, o con un poco de suerte hasta llevarse las ocho columnas, la prenda más preciada de todo reportero.

Viajar por Chiapas, para reportearlo, fue encontrar mucho, mucho más que un “polvorín”. En esa entidad el tiempo paralizó la historia, como si no transcurriera ni uno ni la otra; peones acacillados, tiendas de raya en las fincas cafetaleras que contaban con sus propias cárceles de castigo infrahumano, guardias blancas, léase asesinos a suelo, al servicio de los finqueros, masacres de comunidades completas constituían el pan de cada día, y por lo que sucede en la actualidad, sigue inamovible esa realidad: miseria, simulación, despojo de tierras, persecución, hostigamiento, represión, indolencia y corrupción son el sello histórico de ese estado que es uno de los de mayores riquezas naturales del país. Y, también, el de mayores contrastes entre riqueza y pobreza extremas.

En aquellos años el gobernador en turno, Juan Sabines Gutiérrez, buen bebedor de Tequileño, su marca diaria que le imprimía un tufo singular a sus declaraciones, discursos y palabrería al atender “los problemas de los indios revoltosos”, a quienes siempre pretendió “apaciguar” y comprar su silencio con fajos de billetes de baja denominación, entregados de mano a mano en las audiencias públicas y privadas que llegó a sostener con ellos; tuvo oídos sordos a la problemática de la población campesina e indígena y favoreció con creces a los finqueros, caciques y latifundistas de la entidad.

En esos días el Gobierno federal bien que sabía la crítica situación de esa entidad, y por supuesto de todo el país, en la que la inconformidad y la paciencia de los más pobres se agotaban y transformaba en rebeldía organizada clandestinamente. Los grupos político-militares se alimentaban de esa situación para engrosar sus filas, y de eso estaba consciente el Estado, por lo que estructuró la Reforma Política Electoral, en la que se convocó a todas las organizaciones políticas a participar en los comicios de 1982.

“Al plantear ante Vuestra Soberanía la reforma al artículo 60 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, reiteramos nuestra convicción de la necesidad de que la Reforma Política continúe, como proceso que es, en un permanente avance tendiente a la reafirmación de la legitimidad del poder político de nuestra sociedad, y a establecer las más amplias posibilidades para la integración de las diferentes corrientes y fuerzas políticas de nuestro país”, declaró López Portillo en Palacio Nacional el 5 de octubre de 1981.

Esto tuvo un efecto devastador en Chiapas, donde las leyendas y decires precisaban que en los cafetales germinaba la guerrilla, por ser un estado rico en producción del aromático, pero también de la pobreza y explotación de los piscadores que en las fincas se generaba y genera. El encargado de la Seguridad Nacional en esos años, Fernando Gutiérrez Barrios llegó a decir que era preferible un guerrillero en una curul, que un guerrillero a la sombra de un cafeto.

En aquellos días de campaña de Miguel de la Madrid Hurtado, para la presidencia de la República, en una de las reuniones de Consulta Popular, diseñadas por el Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (IEPES) del PRI; Heladio Ramírez López, coordinador de la reunión de Consulta Popular sobre Alimentación, afirmó contundente, para que el postulante tomara nota de las necesidades del país, que 35 millones de mexicanos padecían de hambre y desnutrición, de una población nacional de 69.3 millones de habitantes.

En el mismo foro, Carlos Gual Castro, director general del Instituto Nacional de Nutrición, precisó que “50% de la población nacional sufre de alimentación insuficiente en cantidad y calidad y en ciertas zonas rurales marginadas, aproximadamente 80% de la población preescolar padece algún grado de desnutrición”.

Y una de las entidades que encabezaba la lista de desnutrición infantil y adulta, era precisamente Chiapas, entidad que no ha superado esos profundos rezagos y en la que los vientos electorales anuncian violencia y desestabilidad.

Francisco Jiménez Pablo, dirigente de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala Movimiento Nacional (CNPA-MN), advierte sobre la violencia en 2018, “porque va a estar competida la contienda entre Morena y el PRI. El PRI, el Verde y el PANAL van a continuar con su alianza y por el otro lado está Morena, que, aunque tiene su bronca por el chapulinaje que lo caracteriza en la entidad, no deja de ser una fuerza que viene sumando fortaleza en el Sur”.

Y es que Manuel Velazco Coello, gobernador de Chiapas ha creado una estructura partidista, con el Partido Chiapas Unido y el Verde, en las comunidades a las que ha equipado con radiocomunicación para que tengan una capacidad de reacción de choque inmediato. De tal forma que han liberado una campaña de hostigamiento y de persecución, violencia regional, local, los partidos al servicio del mandatario estatal, explica Francisco.

De acuerdo con las declaraciones del dirigente de la CNPA-MN, en una entrevista que sostuvo con PERSONAE, con esas estrategias represivas en tiempos preelectorales, el Gobierno decidirá qué partido y qué candidato va a ganar en qué municipio.

“Han venido equipando a todo el estado con radiocomunicación y salarios para las presidencias municipales y ciertos líderes campesinos y populares, y tienen una acción y reacción inmediata y directa para golpear a los movimientos sociales que no se sometan a las disposiciones del Gobierno”, afirma Jiménez Pablo.

En la sierra fronteriza de Chiapas con Guatemala existe una campaña de hostigamiento contra la CNPA-MN, por no aceptar ser un grupo de choque del Gobierno de Velazco, así lo denuncia Francisco y precisa que el mandatario ha profesionalizado los grupos de choque para reprimir a las organizaciones que no se someten a sus disposiciones. Y, con ello, ha aumentado el paramilitarismo. El grupo más representativo de los también conocidos como guardias blancas, son Los Diablos, en Chiapas.

Francisco comenta que el 13 de febrero del presente año el gobernador Velazco lo convocó a una reunión, en la cual le pidió que se uniera a él y las organizaciones que están a su servicio, como el Movimiento Campesino Regional Independiente, para ganar las elecciones de 2018.

La respuesta fue ¡No! “No me interesa una alianza con ellos ni con usted gobernador”.

Ya el anterior gobernante local, Juan Sabines Guerrero, hijo del legendario gobernador Juan Sabines Gutiérrez, puso en práctica el sometimiento de los líderes y organizaciones campesinas mediante la creación de una nómina mensual de 70 mil pesos por dirigente, y los utilizó como grupos de choque, comenta Francisco.

Ahora Velazco, precisa, sustituyó la nómina por órdenes de aprehensión, para “convencer” a los líderes de servir de esbirros del Gobierno, pero quienes se prestan a esos cochupos terminan o en la cárcel, o muertos, cuando ya no le sirven.

Y en ese andar del tiempo, la historia reciente de México contabiliza a más de 55 millones de connacionales en pobreza, 27 millones que comen una vez al día y la zozobra por violencia aún en comunidades diminutas, producto de la fractura social que vive el país, como es el caso de Cerro Blanco, habitada por 45 familias, perteneciente al municipio Amatán, Chiapas, con 21 mil habitantes, donde persiste la amenaza de enfrentamiento entre los integrantes de la CNPA-MN y los de la CIOAC, por desacuerdos de pertenencia territorial y organizativa.

Como en aquellos viejos tiempos Don Simón.

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