¡Feliz Día Maestro!… ¿y cómo andamos en educación ambiental?

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PLANETEANDO

 

 

Por Francisco Vázquez Salazar / FOTO: SOSTENIBLE

Por efemérides no paramos los mexicanos. Tan sólo en este mes hemos dejado atrás la gloriosa Batalla del 5 de Mayo y el no menos importante Día de las Madres para encontrarnos en pleno domingo con el Día del Maestro.

Soy profesor universitario y ha sido la de este año una fecha afortunada, llena de felicitaciones y parabienes, lo que no deja de ser motivador en esta ardua carrera de grandes satisfacciones, pero también de enormes retos, empezando por el de la permanente actualización.

La enseñanza, el acto de enseñar, ha dicho el filósofo Emmanuel Levinas, ha de ser el hecho más grave que puede ocurrir entre seres humanos, el de la entrega infinita, la dadez, donde el uno mira al otro y se da pleno, sin esperar nada más que la dicha de hacer humanidad. Así lo asumimos.

Para que sea una tarea redonda, vale la pena preguntar por el estado de la educación ambiental. Amén de lo que curricularmente exija la academia en los primeros y subsecuentes grados, ¿cómo anda el compromiso del aparato docente y de la comunidad escolar con su entorno?

De unos años para acá, las escuelas públicas y privadas han motivado la participación de la comunidad en acciones como ordenar el tránsito para evitar aglomeraciones y accidentes, y disponer medidas de seguridad que permitan proteger a todos dentro y fueras de las instalaciones educativas.

A decir verdad, poco se habla de la realización de actividades relacionadas con el cuidado medioambiental, como la elaboración de compostas, el reciclado de materiales, el cuidado del agua, la habilitación y manejo de huertos de traspatio, jornadas de reforestación dentro y fuera de las escuelas o el manejo básico de flora y fauna.

Hoy que la Ciudad de México vive episodios repetitivos de contingencias ambientales, con la agudeza que significa incluso que ya se haya presentado un primer fin de semana con malas condiciones del aire, la autoridad capitalina va tarde en la implantación y desarrollo de acciones vinculadas con la educación y la ecología. Fallido esto como el descuido de realizar la jornada dominical de paseos familiares en bicicleta ¡En plena contingencia!

Ya debiera estar en marcha al menos en la Zona Metropolitana de la CDMX un programa emergente de educación ambiental que permita acelerar la concientización y la movilización de las personas a favor del entorno.

La idea es que esto, partiendo desde los centros escolares, derive en acciones puntuales, calendarizadas y de alta visibilidad –para asegurar un mayor impacto entre los habitantes–, como el retiro de basura de las calles –sobre todo en áreas de coladeras, por aquello de que ya viene la temporada regular de lluvias—, la clausura de tiraderos clandestinos, el cuidado de parques y jardines públicos y la plantación de árboles donde se pueda.

Se podrá alegar que se trata de tareas de rutina de las que se encargan cuadrillas de trabajadores delegacionales o municipales. En un mundo ideal, pensaríamos que sí, que en efecto hay quien lo hace o “debe hacer”, el asunto es que no ocurre de este modo, o con la frecuencia que se quisiera. Pero lo verdaderamente de fondo es que se trata de que una comunidad organizada, con valores como la pertenencia y la representatividad, se involucre en labores que cada vez deben llamar más nuestro interés si queremos sobrevivir como especie.

Una vez encarnada la actividad, el significado es distinto entre quienes somos parte de esa comunidad. No es lo mismo ver barrer un parque por parte de un trabajador vestido de anaranjado, que de un niño o un joven, quienes guiados por especialistas en la materia podrían saber sobre el aporte de las hojas o del follaje al suelo, la importancia de los espacios verdes para la oxigenación del ambiente o la recarga de los acuíferos, vaya, hasta sobre el sosiego que da mirar un árbol. El sólo mirarlo, dicen los expertos, es más efectivo que muchas medidas para quitar el estrés a una persona abrumada.

Esta ciudad y sus alrededores se han estado cubriendo de gris, y no sólo por el aire que “respiramos” sino por las “moles” de cemento o acero que se levantan impunes rompiendo toda perspectiva que nos lleve a una ciudad más humana.

Frente a esto hay mucho o poco por hacer, según el punto desde donde se mire. El maestro, el docente, se caracteriza por ser incansable en su mirada a los fenómenos sociales y las propuestas para incidir en ellos. Con la comunidad escolar de su lado, que al final de cuentas es la colonia, el barrio o la unidad donde se viva, puede ser fuente de inspiración para cambiar las cosas, con o sin manual curricular. Seguir un programa escolar puede ser sencillo, llevarlo a su máxima potencia está en manos del maestro. Y hoy día la educación ambiental está necesitando de esa fuerza y velocidad, a riesgo de seguir viviendo embelesados con carros nuevos, departamentos bonitos, parques deteriorados y transporte público para llorar.


fvs10@hotmail.com

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