El hambre es campesina

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Por Gustavo Duch ⁄ FOTO: Gustavo DUCH

En el informe “Compañía de aceite de palma tiene el apoyo de fondos de desarrollo”, elaborado por la organización GRAIN, aparecen fotografiadas dos nóminas de las mensualidades de los recolectores de las plantaciones que la empresa Feronia gestiona en la República Democrática del Congo. Están un poco arrugadas pero las cifras se pueden leer. Una corresponde a un trabajador que fue contratado por 12 días. La nómina de la segunda marca un total de 17 días trabajados.

Cada día trabajado se multiplica por un total de 1.751,78 CDF, la moneda local. Es decir, al cambio estamos hablando de un salario total mensual por jornadas de más de ocho horas recogiendo y cargando los frutos de la palma que oscila entre 21 y 30 dólares. A veces este pago es sustituido por la entrega de 8 litros de aceite de palma y 8 pastillas de jabón de palma. Feronia está controlando fraudulentamente estas tierras, y las personas que allí tenían sus cultivos para vivir ahora solo tienen dos opciones: trabajar para quienes los expulsaron o emigrar. Quién gana en esta operación son multinacionales como Unilever, principal cliente de Feronia, que con el aceite de palma produce su margarina Flora o su crema de marisco Knorr.

En mi libro “Secretos, relatos de mucha gente pequeña” explico que el joven Prince tuvo que marchar de su casa, en Ghana, cuando su padre se suicidó al ver que su trabajo de productor de tomates no permitía alimentar a la familia. Disponía de dos hectáreas de tierra para este cultivo y junto con su mujer los vendían bastante bien en el mercado de su ciudad, Navrongo, hasta que el gobierno, siguiendo instrucciones impuestas desde muy lejos, eliminó los aranceles a los tomates importados. Desde entonces el mercado está inundado de latas de tomates en conserva a precios por debajo del tomate local. Muchas de estas latas proceden de la región de la Pulla, en Italia, donde, tres años después de salir de Ghana, Prince trabaja como jornalero explotado, cosechando precisamente tomates.

El año 2016 una de las publicaciones científicas multidisciplinarias más citadas del mundo, la revista PNAS, publicó un estudio en referencia a las implicaciones del cambio climático en el conflicto de Siria. Establecía una relación entre las sequías sufridas por el país árabe en el periodo 2006-2011 y el origen del conflicto. “Llegamos a la conclusión que el cambio climático de origen antropogénico fue un factor que contribuyó a la sequía y, por lo tanto, a la cascada de acontecimientos posteriores, como el colapso del sector agrícola, la migración masiva y, en última instancia, el levantamiento que posteriormente acabaría en convertirse en una guerra civil”, explicó Colin Kelley, autor del estudio.

La sequía, según los datos recogidos, provocó la pérdida del 60% de los cultivos, la muerte de más del 80% del ganado y la migración de millones de personas campesinas. De hecho, se calcula que un 56% de las personas que en el mundo viven situaciones de conflicto son habitantes de zonas rurales donde se depende de la agricultura como medio de vida.

Estas tres situaciones (acaparamiento de tierras, libre comercio y conflictos) son las causas del hambre y tienen un punto en común: quienes han salido perjudicados son campesinas y campesinos que han perdido su derecho a vivir de la producción de alimentos. Sufren hambre porque (también) les han robado su soberanía alimentaria.

Disponiendo de esta información, conociendo muchos más casos en muchos más países, como pude constatar en la VII Conferencia Internacional de La Vía Campesina (movimiento de campesinas y campesinos de todo el mundo que definieron la propuesta de la soberanía alimentaria), celebrada el junio pasado, tengo que decir que no me sorprenden los datos que en octubre presentó la FAO respecto a la situación del hambre al mundo.

El hambre ha vuelto a crecer y ya afecta a más de 815 millones de personas, es decir, una de cada diez, aproximadamente. Y uno de los motivos es que las políticas para erradicar el hambre, si es que verdaderamente existen, olvidan que al menos el 70% de las personas con dificultades para asegurarse los mínimos nutricionales son campesinas y campesinos. No son respuestas de más tecnología alimentaria, ni de más productividad, ni siquiera de mejorar los sistemas de distribución alimentaria, lo que hace falta es un enfoque diferente que responda a la pregunta correcta. ¿Qué hacer (o dejar de hacer) para que las personas que nos proveen de alimentos tengan una vida digna y suficiente?

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