Por Juan Danell Sánchez
Hoy los ciudadanos sin cargos importantes en las estructuras del Gobierno, ni renombre en las marquesinas de las dinastías políticas y empresariales, simples mexicanos a los que se les ha dado por llamar de a pie, pero que no por ello dejan de ser emprendedores, tesoneros en el trabajo y soñadores de la justicia; deambulan lo mismo por las amplias avenidas de ciudades que por lodosas calles de pueblos marginados, con el terror a cuestas, metido en el alma.
Para ese segmento de la sociedad, al que se le ubica en las clases media y baja, que significan 90 por ciento de la población total; como dijeran los ancianos de mi pueblo, “hoy tener un centavo es peor que cometer un delito”, porque el que lo consigue queda expuesto y a merced de los maleantes y autoridades, que en estos tiempos ya son crimen organizado, y lo son porque operan en coordinación y protegidos, a mejor decir, tienen a su servicio a los gobiernos en todos sus niveles.
El ya famoso crimen organizado, léase la corrupción que ha permeado toda la estructura de Gobierno y a la sociedad misma, proscribe la imaginación y creatividad de los mexicanos y los remite a los rincones más oscuros de la inactividad y el temor.
Por citar ejemplos, están los estados con litoral en el Golfo de México, que conforman la mayor riqueza petrolera del país y que en la actualidad el Gobierno tiene serios problemas para entregarla al capital extranjero por la crisis internacional de precios del crudo.
En esa región, la atención está centrada en Veracruz, a cuyo gobernador se le acreditan asesinatos, desgobierno, complicidades, desapariciones, secuestros, fraudes con los recursos federales y hasta la estrecha amistad con el presidente de la República, además de identificarlo como parte de alguno de los cárteles que operan en el país.
Todo lo anterior en los medios de comunicación se ha documentado como cierto, y por ello el funcionario en cuestión resulta despreciable, por lo que con un castigo ejemplar seguramente se resarciría el daño anímico, material y moral que se le ha causado a los veracruzanos… y a los mexicanos, porque ese comportamiento a todos ofende.
Así funciona el sistema, cárcel a los malos y deshonestos gobernantes, ya existen experiencias de esto y hasta el hermano de un presidente, Raúl Salinas de Gortari, paró en prisión. Los funcionarios cumplen condenas breves y después desparecen del escenario mediático, retirados en los paradisiacos recintos que se avituallaron con el producto de su deshonestidad.
Para la sociedad y para el país eso no funciona igual. El daño conlleva al estancamiento y la pauperización social. Volviendo al caso Veracruz ¿Qué importa si al gobernador lo encarcelan? ¿Qué importa que en las elecciones de este año gane otro partido que no sea el PRI? Ninguna de estas circunstancias cambiará la situación enquistada en la entidad, ni podrá borrar de la memoria de los veracruzanos el terror de ser víctimas de las expresiones más miserables y brutales que pueden tener los seres humanos, como es el destazar a un semejante y tirarlo en trozos en las calles para exhibir la locura de que son capaces los criminales.
En esas entidades, como en el resto del país, con la criminalización de la que es objeto la sociedad pasiva, queda claro el mensaje que envía el Estado; los criminales no están solos, son parte de la estructura del poder del Gobierno. Eso remite a la sociedad a ser sumisa por la fuerza del terror y la desesperanza. A doblegarse, que es lo que necesita la actual administración presidencial, para poder vender el país.
Para ello se ha alimentado la desconfianza y desencanto hacia las instituciones. Acercarse a las instancias policiacas y judiciales para denunciar una desaparición, un secuestro, un robo, una amenaza o un asesinato, equivale a ponerse uno mismo el pie en el cuello. La impunidad y la simulación se han convertido en doctrina y credo en el país.
Reclamar un derecho, por más obvio que sea su legitimidad, es gritar en el desierto. En el mejor de los casos, todo se arregla con dinero, lo mismo para pagar extorsiones, que rescates, que trámites para mantener una pequeña empresa o un comercio.
Tal situación concentra la atención de la sociedad y los medios de comunicación, aunque de manera marginal porque no se va al fondo en las denuncias.
Este es el ambiente de caos e incertidumbre que al Estado le conviene para que el sistema de despojo por omisión se pueda cristalizar sin traspiés que pudieran ahuyentar a los grandes capitales que vienen por lo que resta de riquezas naturales de México.
Las grandes trasnacionales pronto serán dueñas únicas del petróleo, el agua, el aire, tierras de cultivo y desiertos, porque tendrán las concesiones para generar energía y extraer las riquezas minerales del subsuelo, de eso se trata la Reforma Energética.
Lo que queda de petróleo, para extraerlo utilizarán tecnologías depredadoras como el fracking o fracturamiento hidráulico en el que se ocupan grandes cantidades de agua potable para sacar de la roca el crudo, y esa agua queda inservible.
Las regiones áridas y semiáridas ya se están cubriendo con paneles solares, y zonas agrícolas y ganaderas son ocupadas por parques eólicos, así como regiones montañosas ricas en diversidad de flora y fauna son explotadas por la minería, sin que las riquezas que esto genera, beneficie a los lugareños ni al país.
Es decir, en México se hace todo lo contrario a los derroteros que persigue un desarrollo sostenible en todos los órdenes y actividades humanas, no obstante a haber encabezado los debates previos a la 70 Asamblea General de la ONU (septiembre 2015) con una participación preponderante en las tomas de decisión al interior de Naciones Unidas, para declarar a la sostenibilidad como la columna vertebral de la agenda de este organismo para los próximos 15 años, con el objetivo de resolver los grandes problemas del mundo como la pobreza, el despojo, las guerras, el hambre, entre tantos otros.
Al final de cuentas, el sello de los gobiernos de nuestro país permanece a pesar de los pesares: candil de la calle, oscuridad de la casa.